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Los estudiantes de medicina saben que, además de aprobar los exámenes, deben aprender a blindarse, estableciendo una distancia intangible pero abismal entre médico y paciente. Parece un requisito imprescindible para sobrevivir en un oficio en que el sufrimiento y la muerte llaman a menudo a la puerta.

Pero una cosa es fingir que la situación de un determinado paciente no les afecta y otra que realmente no les afecte. Las personas podemos conseguir dominar las emociones de cara al exterior, pero la verdad suele ir piel adentro.

Y la verdad es que los médicos son personas. Y que, como tales, sufren en silencio. Tener que negar los sentimientos para mantener una actitud neutra y poder atender al siguiente enfermo ha de ser un ejercicio agotador. Tantas pérdidas no lloradas, tantos duelos no elaborados, tanta tristeza que no encuentra salida. Tanto dolor abortado.

La muerte siempre gana, tarde o temprano. Y cuando gana la muerte, en lugar de llorar juntos médicos y pacientes, se ensancha la distancia: los médicos se sienten fracasados ​​o impotentes pero lo ocultan, y los familiares del difunto engendran cierta rabia (consciente o inconsciente) hacia unos profesionales de la medicina que no han sabido impedir que el paciente se muriera y que, encima, se diría que ni siquiera se inmutan ante la peor de las desgracias.

Todos nosotros –los que llevan bata blanca y los que no– deberíamos entender que el trabajo de los médicos no es curar a los enfermos, sino intentarlo. Todos nosotros deberíamos entender que los médicos –un gremio, por cierto, cada vez más feminizado– solo son personas que han estudiado durante años para sacarse una de las carreras con más sentido del mundo, pero que no son dioses ni hacen milagros. Es más: los médicos también son mortales y también les da miedo morirse. Tratarlos con una veneración exagerada –es un colectivo todavía muy sacralizado– no favorece a nadie, solo ayuda a que crezca una arrogancia que va en contra de la humanización de la medicina.

Si la relación entre médico y paciente fuera más de tú a tú, todos saldríamos ganando –los que llevan bata blanca y los que no. Quizás incluso nos ahorraríamos una obstinación terapéutica que no lleva a ninguna parte. Porque las palabras no curan pero las pruebas y tratamientos innecesarios, tampoco. A la larga, la insensibilidad como mecanismo de defensa tiene más efectos secundarios que la quimioterapia. En cambio, una conversación empática no hace ningún daño al cuerpo y reconforta el alma.

No habría querido saber pero he sabido que los médicos también lloran. En voz baja, sin lágrimas, sin amigos que los consuelen. A escondidas. No habría querido saber pero he sabido que los médicos también querrían poder llorar.

Comentaris

  1. Icona del comentari de: Anònim a octubre 31, 2020 | 01:07
    Anònim octubre 31, 2020 | 01:07
    Muchas gracias a todo el colectivo de los médicos por vuestro servicio a la humanidad y vuestra paciencia diaria
  2. Icona del comentari de: Marta Faiges Borràs a octubre 31, 2020 | 22:39
    Marta Faiges Borràs octubre 31, 2020 | 22:39
    Recordo perfectament la primera pacient que se’m va morir: era la meua primera guàrdia i va venir en coma diabètic irreversible. El meu adjunt em va dir que informés a la família de què mai despertaria i vaig intentar-ho però enmig del discurs em vaig quedar en blanc i vaig començar a plorar... Des de llavors he plorat moltes vegades, algunes amb les famílies, altres amb les infermeres (Joana Comi Tost) i també explicant el cas amb la mare (Rita Maria Borràs Balada) o el meu marit (Pere Segarra Vallés). Els pacients son el millor de la nostra professió i moltes moltes moltes vegades te’ls emportes cap a casa!!!
  3. Icona del comentari de: Ana Rosa Encinas a novembre 01, 2020 | 08:53
    Ana Rosa Encinas novembre 01, 2020 | 08:53
    Soy médica de familia , llevo 34 años trabajando en atención primaria en Madrid. La muerte es inevitable. Cierto que produce dolor la pérdida, pero hace tiempo que acepté la mía y la de los demás. Las palabras, los abrazos y la cercanía sanan, como que no? Trabajar en este momento, atender por teléfono en la mayoría de los casos para evitar contagios, es muy difícil para mí. La presencia y el contacto son necesarios en cualquier relación humana nutritiva. He llorado en varias ocasiones con mis pacientes y eso no ha impedido poderles sostener y acompañar, todo lo contrario. Si no hay humanidad en la relación medic@paciente, ambas partes pierden mucho.
  4. Icona del comentari de: Anònim a novembre 01, 2020 | 13:10
    Anònim novembre 01, 2020 | 13:10
    En mi caso y sin conocer a las dos médicos de nada .. Cuando me tuvieron que dar la triste noticia de que mi marido había muerto después de un accidente de moto.. fueron muy humanas y se les notaba muy afectadas . Creo que para ellas fue durísimo tener que darme la noticia de que con 41 años había muerto y tan de repente .
  5. Icona del comentari de: Anònim a novembre 02, 2020 | 22:39
    Anònim novembre 02, 2020 | 22:39
    Tal vez el método está herrado. Ese abismo suele llenarse de soberbia y frialdad, elementos poco efectivos para tratar a un ser humano en horas bajas donde su fragilidad está a flor de piel. Ese abismo tiende a codificar al paciente y a volver menos efectivo al medico. No se trata de poner un abismo sino de extraer sabiduría en el proceso de sufrimiento y muerte humana. Ese debería ser el principal objetivo de un médico, para ser buen profesional y para que su profesión no le destruya sino que le haga más sabio. Todos ganaríamos mucho

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