Il·lustració: Júlia Bertran


Vi esta viñeta de este libro de Júlia Bertran y en su momento me indigné, pero no he entendido por qué hasta más tarde. Y todavía he tardado mucho más en ser capaz de articular un texto mínimamente coherente; no lo he logrado, pero aquí queda mi balbuceo.
 
Todos los hombres somos agresores. Hemos heredado esta condición como los católicos heredan el pecado original –otro mito fundacional machista, por cierto– y, como ellos, estamos obligados a expiarlo con nuestros actos, cada día, durante el resto de nuestras vidas. Ahora unos cuantos hombres modélicos se han escandalizado y muchos machirulos están empezando a expeler testosterona de manera descontrolada, silbando como una olla a presión, pero voy a repetirlo: todos los hombres somos agresores. Sobre los últimos, los machirulos, no hace falta que diga nada, pero quizás los hombres modélicos se merecen una explicación.
 
Una amiga me hablaba de la inocencia congénita de la mayoría de hombres: la expresión es brillante y describe de manera perfecta lo que nos pasa a los tíos: que nunca tenemos la culpa de nada. Porque los hombres, la sociedad, buscamos siempre una rendija para justificarnos y para eximirnos de cualquier responsabilidad, y la resumimos con un encogimiento de hombros y un “es que somos así”, como si solo fuéramos animales  descontrolados incapaces de resistirse a los designios de la biología. ¿Le has gritado a tu compañera como nunca le gritarías a uno de tus amigos? ¿Has empleado tu volumen, tu fuerza, el espacio que ocupa tu cuerpo para intimidarla, para amenazarla, aunque fuera de forma inconsciente? ¿Has pensado que, total, aquel comentario era una broma sin malicia? ¿Que la tía aquella es una calientabraguetas y que, claro, eso no justifica nada “pero …”? ¿Que sentir celos es “normal”, que solo quiere decir que la quieres mucho? ¿Has seguido con la mirada a una mujer por la calle sabiendo que aquello la estaba incomodando? ¿Has insistido demasiado ante un no porque te has tragado aquello de que un no puede ser un sí? ¿Has pensado que solo era una foto, un anuncio, ya ves? Compañero, el simple hecho de no haber dicho en los chats de whats de tus amigos “Basta de estas fotos de mierda o dejo el grupo” te convierte en agresor, créeme.
 
El machismo está incrustado en la sociedad, como un parásito. No: el machismo es la sociedad y, perdonadme por el tópico, si no formamos parte de la solución, entonces formamos parte del problema. La inocencia congénita de los hombres es bendecida por la sociedad, es aceptada sin pensarlo, un automatismo que nos lleva siempre a redimir al hombre y culpabilizar a la mujer.
 
No se trata de ponernos una armadura dorada y salir al mundo para proteger a las mujeres del dragón, no –otra actitud machista disfrazada de hombre modélico–, se trata de no alimentar un mundo que resulta terrible, inviable, amenazador, doloroso, que menosprecia, cosifica y culpabiliza a las mujeres. Se trata de protegernos a nosotros mismos de nuestra propia mezquindad. Se trata de buscar un modelo de masculinidad que no sea antagonista, ni paternalista, ni protector. Hay que entender esto, hombres que creíamos que éramos modélicos: cada vez que la testosterona nos hace decir o hacer algo, por inocente que nos pueda parecer, se genera un efecto mariposa que acaba con una mujer despreciada, gritada, humillada, golpeada, violada o asesinada. Crees que exagero, claro; piensas que ellas también hacen cosas, que también manipulan, que ejercen una violencia pasiva, que no sé qué y blablablá, pero no hablo de eso: hablo de que nosotros siempre tenemos el beneficio de la duda y ellas, jamás. La inocencia congénita de los hombres.
 
No dejemos pasar ni una. Ni una, porque cada vez que lo hacemos se planta una semilla que perpetúa la situación de machismo, que hace crecer la violencia machista; aunque el eslabón de un extremo de la cadena sea aparentemente inocente, sigue formando parte de la misma cadena y sin él, nunca se habría podido alcanzar el otro extremo.
 
Quizás te parezca exagerado. Pero piensa en ello: el privilegio que protege la intimidad de los violadores y culpa a las víctimas es el mismo que te protege cada día a ti, hombre que te crees modélico, en el metro, volviendo de trabajar por la noche por una calle mal iluminada, cobrando un sueldo superior por hacer el mismo trabajo, o cuando te vas de copas, o cuando haces miles de cosas que ni se me ocurren porque no soy una mujer y soy incapaz de imaginarme todas las humillaciones que sufren cada día; el privilegio que permite que quieras tener hijos sin plantearte cómo afectará a tu vida laboral; la necesidad que tienes de creerte que no significa nada cuando cenas con una mujer y te traen la cuenta a ti, porque, “claro”. No se trata de proteger a las mujeres, se trata de proteger a la sociedad, de hacerla mejor. Y por eso cualquier movimiento político y social realista y que pretenda cambiar las cosas debe ser feminista. El machismo, además de terrorífico, es violento y es inviable: echadle un vistazo a la historia y decidme que no.
 
Del mismo modo que muchas mujeres están teniendo el extraordinario valor de explicar cuándo se sintieron culpables haciendo algo que no querían hacer, creo que nosotros, los hombres que albergamos la esperanza de que todo esto puede ser mejor, también deberíamos hacer artículos, deberíamos decir que nosotros también hemos sido verdugos, ejecutores y nosotros también hemos hecho y hacemos cosas de las que nos avergonzamos y nos sentimos culpables. Pero que quede algo muy claro: el hecho de que nos sintamos culpables –la culpa es una emoción muy retorcida y perversa– no nos exime ni un milímetro de nuestra responsabilidad como hombres, pero sobre todo como personas, para hacer una sociedad mejor. Y no lo lograremos si no aceptamos todo lo que hacemos mal. Porque, ¿sabes qué pasa? Que el microcosmos de las relaciones de pareja es un reflejo del macrocosmos de la sociedad. Que vas destrozando las vidas de los demás, y también la tuya: que en los ojos de la mujer que te quería te vas a encontrar con un vacío enorme, o un miedo insondable que a ti te parecerá injusto, pero que no lo es, porque un día, dos, tres, levantaste la voz solo porque podías y pasó lo inevitable: se abrió una herida que nunca más se cerrará. Soy un agresor, y peor: soy el Atila de las relaciones, compañeros. Y soy capaz de inventarme miles de justificaciones sobre mi comportamiento, pero entonces es aquello de la inocencia congénita de los hombres, y no. Aprende a querer, joder, o no tengas pareja.
 
Nosotros nunca dejaremos de ser machistas, pero si señalamos con el dedo cada tic machista, por pequeño y sutil que nos parezca, si renunciamos a los privilegios que tenemos por el simple hecho de ser hombres, es posible que nuestras hijas e hijos vivan en una sociedad realmente libre.

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